Silencio con raíces
- Ivan A. Salazar M.
- 27 ago
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por Iván A. Salazar M.
La almohada guarda un surco de voz
donde el eco se descompone en sal.
(Una luna sin marea
suspira en el teléfono muerto.)
Tu nombre se ha vuelto una polilla
que roe los almanaques:
agosto tiene un agujero
y diciembre sangra tinta negra.
En el espejo, alguien desenrolla una madeja de sombras
—¿eres tú?—
pero la lógica se pudre entre los dedos:
solo queda un reloj sin manecillas
y un árbol que crece hacia las raíces.
Hoy aprendí que el vacío tiene dientes:
mastica las cartas que nunca escribiste,
los planetas que detuviste en el aire,
el perfume que se evaporó
antes de nombrarlo.
(En la cocina, el azúcar se convierte en ceniza,
y el café hierve en reversa
hacia una taza que nadie sostiene.)
Madre:
tu risa ahora es estática de radio,
un fósil en la garganta,
un aguardiente de sombras
que bebo a sorbos de insomnio.
El mundo se desangra en plural:
Nadie
Nadie
Nadie
en cada silla que no ocupas.
(La cama no se hunde del lado izquierdo.
El cielo no contesta.)
Nota al margen:
¿Cómo se miden las ausencias?
¿En gramos de polvo, en segundos de vértigo,
en sílabas que el viento arrastra sin traducir?
—Acaso el hueco que dejas
es un idioma extinguido
que mi boca sigue articulando
en braille.




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