Lágrimas de cebolla
Por Renz Chester R. Gumaru
La cocina olía a cebolla. Alice estaba de pie frente a la encimera, cortando las finas capas de cebolla con manos temblorosas. Las lágrimas le corrían por el rostro, pero no estaba segura de si era por las cebollas o por el dolor que sentía en el pecho. Tal vez por ambas cosas.
Hoy es su último aniversario.
Se quedó mirando la olla hirviendo en la estufa, la misma sopa que había preparado todos los años. Siempre había sido su favorito. No sabía por qué se molestaba esta vez. Tal vez quería aferrarse a un último recuerdo.
La puerta principal se abrió. Ella se quedó inmóvil, agarrando el cuchillo con más fuerza. No se giró, pero sabía que era él.
—Alice —dijo Peter en voz baja. Su voz tenía un peso que hizo que a ella se le oprimiera el pecho.
—Llegas temprano —dijo ella, con voz baja e inestable.
—La verdad es que tenía mis dudas sobre si debía venir—respondió.
Finalmente se giró para mirarlo. Sus ojos parecían cansados pero familiares, el tipo de mirada que siempre atravesaba sus defensas. Notó el sobre en su mano y se le hundió el corazón. Sabía que ese momento llegaría, pero verlo todavía se sentía como si un cuchillo la atravesara.
Peter dejó el sobre sobre el mostrador. —Los papeles —dijo en voz baja.
Ella asintió y miró hacia otro lado, conteniendo las lágrimas. —Por favor, quédate—susurró—a cenar.
Dudó un momento. Luego, con un pequeño gesto de la cabeza, dio un paso adelante. “Déjame ayudarte”, dijo.
Alice le entregó la tabla de cortar y un cuchillo. Cogió otra cebolla y se quedaron uno al lado del otro, cortando en silencio.
Pronto las lágrimas corrieron por sus rostros.
—Es la cebolla—dijo ella, forzando una risa.
Peter dejó el cuchillo y se secó los ojos, sacudiendo la cabeza.—No son sólo las cebollas—dijo en voz baja.
Hizo una pausa y se quedó sin aliento. No podía mirarlo, no podía dejar que viera el dolor que sabía que estaba escrito en su rostro.
Terminaron de picar y Peter se inclinó para revolver la olla.—Todavía recuerdo la primera vez que me preparaste esto,—dijo.—No podíamos parar de reír porque lloré mucho al cortar las cebollas.
Alice sonrió levemente y sus labios temblaron. —Te burlaste de mí por hacerte llorar en nuestro primer aniversario —dijo con la voz quebrada.
Se rió entre dientes, aunque sonó más como un suspiro. —Dijiste que eso significaba que estábamos destinados a durar porque ni siquiera las cebollas podrían separarnos.
Sus manos se quedaron quietas. El peso de sus palabras quedó suspendido en el aire, la cruel ironía de ello la hirió más que cualquier cuchillo.
Se sentaron a la mesa, con cuencos de sopa humeante entre ellos. Los primeros bocados transcurrieron en silencio, pero el silencio era demasiado ruidoso, demasiado sofocante.
—¿Crees —preguntó finalmente Alice con voz temblorosa— que podríamos haberlo arreglado?
Peter la miró con los ojos vidriosos. —Quiero creer eso,—dijo.—Pero el amor no es suficiente cuando seguimos haciéndonos daño el uno al otro”.
Sus lágrimas caían con más fuerza ahora, salpicando la sopa intacta. —No sé cómo dejar de amarte—susurró.
—No tienes por qué hacerlo —dijo él, con la voz quebrada. Extendió la mano sobre la mesa, cálida y familiar al cubrir la de ella—. Te amaré por siempre, Alice. Pero ambos sabemos que esto nos está separando.
Ella asintió, con el corazón destrozado en pedazos que no podía levantar. Se quedaron sentados allí un momento, con las manos entrelazadas, como si aguantar un poco más pudiera detener lo inevitable.
—Es la cebolla —dijo de repente, intentando reír entre lágrimas—. Siempre me hace llorar.
Peter sonrió con tristeza: —Tal vez esta vez no sea la cebolla—.
Cuando se levantó para marcharse, Alice lo siguió hasta la puerta. Llevaba el sobre bajo el brazo; la intransigencia era casi insoportable.
En la puerta, se dio la vuelta y la miró a los ojos. —Por favor —dijo con voz temblorosa—déjame decirte esto una última vez: te amo.
Las lágrimas corrieron por su rostro mientras respondía: —Felíz último aniversario.
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